He podido caminar por diferentes lugares, entrar a casas de
desconocidos, hablar acostado en camas tibias y duras, comer observando la
puerta de salida sin temer a los perros, al uniforme del pavimento frío, ni a
los agentes portadores de fronteras y alambradas.
Perderme en el marasmo de barrios olvidados, dormir con los nómades azules
del desierto que colonizan baños sucios. La arena en las gargantas nocturnas
que cantan y enamoran tendederos que permanecen húmedos. Levantarme y ponerme
los zapatos como un par de besos promiscuos.
Las ciudades se reúnen y giran en mi cabeza, la lavadora que utilizo de
tiempos pretéritos. Siempre hay una que se pierde y aparece y sola y oscura y
quebrada de esquinas. Las más salinas, las menos utilizadas en las postales
musicales del rap, del ssshump tap trunsss hop con zapatillas voladoras.
He podido sobrevivir a esas y a otras pérdidas distantes como el color
del ocaso y del acaso. Esta noche algo me dice que lo que trae las olas yo lo
perdí hace ya mucho tiempo y entonces temo a que los perros vengan y lo
entierren en sus juegos.
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